Había una vez una hermosa liebre patagonica, joven, curiosa, sus patitas parecían alas. Cruzaba la estepa en un abrir y cerrar de ojos.
Había muchos jóvenes liebres que se le acercaban. Algunos perdidamente enamorados y con palabras dulces. Otros que veían en ella una buena hembra con quien mejorar su cría. Algunos veían desafío, una afrenta, la necesidad de frenar esa carrera loca que le intuían en su alma. Ella , los miraba indiferente, y hasta con un dejo de tristeza
-Yo Jamás voy a caer en la chatura de una cueva, no me han de ver más de un minuto con mi cola quieta. Estoy llamada a atrapar el sol, a correr detras del viento, a buscar la libertad. Yo jamás voy a calentar las piedras. Eso lo dejo para las liebres de bigotes cortos.
Pero un día llegó del otro lado del Limay un amigo de su hermano. Fue todo diferente desde un principio.
Se descubrió buscando ver su hociquito en el reflejo de los charcos, evaluando la esponjocidad de su cola, buscando dónde podría encontrar los mejores brotes para ofrecércelos.
Corrieron juntos, encontró sus propias palabras en las de él, no dejaron sus colas quietas, fueron juntos a atrapar el sol y correr detrás del viento, por caminos paralelos, perpendiculares y opuestos.
Paso el tiempo. Pasó el amor. Pasaron las sorpresas y nuestra liebre amiga se descubrió, asombrada, más sabia, más gorda, buscando los rincones con sol, en pos de la barda recortada. Nunca estuvo sola.
lunes, mayo 28, 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario