Está hecho. El cochero avanza, al fin marchamos. Aún restan varias horas para el alba. Mejor. Necesito descansar, ahora puedo hacerlo. Hube de esperar hasta que amaine la lluvia. Tengo lo necesario, el cofre con lo que me corresponde y un par de papeles firmados que serán mi salvoconducto. Mi vida está a salvo, mi futuro también. Dejo a la zaga todo aquello que es necesario tapiar y echar por tierra.
Clarea. ¡Pero que maravilla! Se ha sumado una pasajera a la partida. Qué extraño… una mujer viajando sola … sin su chaperona. Ninguna hembra soltera de las que he conocido en el Virreinato viaja indefensa …Es muy joven. Excelente, el viaje es muy extenso hasta el Perú. Hay más de diez postas para recambiar animales. Las jornadas serán largas. Aunque pedí expresamente viajar solo, y pagué por ello, ya no importa. Estos criollos nunca hacen las cosas bien.
Cruzamos grandes extensiones de llanuras, el paisaje es siempre el mismo, todo parece encaminarse tranquilo y a buen puerto. La encantadora pasajera sigue en silencio. No ha pronunciado palabra. Eso es bueno…el silencio en las mujeres es una gran, y escasa por cierto, virtud. Es realmente deliciosa. Me atrevo a observarla porque ella sólo mira hacia el horizonte. A ciencia cierta es por decoro, se advierte que ha sido bien educada. Su tez recuerda las aceitunas del mediterráneo, su cabellera morena y tersa, a los secretos orientales. Tal vez es europea y no comprende español. Debe serlo pues el peinetón que lleva incrustado en su rodete así lo grita: está ladeado, se le ven los dientes pinchando su cabeza, no ha sabido colocárselo. Según me han dicho son las damas porteñas quienes han implementado este atuendo en la costa del Río de La Plata. Es seguro que todavía no ha aprendido a usarlo. De todas maneras su hermosura está intacta.
Sus manos deben ser delicadas…y prontas al trabajo, dado que no lleva abotonados los guantes… Esta niña que viaja sola debe ir al encuentro de su familia. Ha quedado huérfana en Europa y la envían a algún pariente bien acomodado en Lima. Ha sido criada con costumbres refinadas, bajo las estrictas artes del decoro y las buenas costumbres. Su cintura es tan pequeña…su respiración rítmica y profunda… y ella viaja como una reina imperturbable , mirando hacia delante.
No ha probado bocado en ningún momento. No he podido sacarle un gesto, una palabra. Y sin embargo ¡ya se tanto de ella! Es sabido que las damas esquivan a quienes las cortejan, ella lo ha olido en el aire. Ha percibido que su encanto ha hecho su efecto en mí. Y si, es así. Yo aprovecho esta situación y me entrego a su juego, me encanta. He comenzado a relatarle mis grandes hazañas. Sí, un poco… como decirlo… adaptadas …pero eso ella no puede saberlo, viene de Europa. No sé si me comprende tampoco, pero tengo tiempo hasta llegar al Perú para parlotearle y que comprenda, aunque más no sea por intuición, por insistencia, por dejarse conquistar.
Ella es tan frágil… Su garbo habla de su valentía y propósito, de su capacidad para soportar la adversidad. Mansedumbres que debe cultivar una mujer durante toda su vida. Se la ve cansada del viaje, con los ojos brillosos, con una mirada extraña. Por momentos me ha mirado, un revuelo fugaz de pestañas. Ella sigue sentada y firme, como si los pozos en el camino, el polvo, el calor insoportable, las reiteradas lluvias, no existieran. Ella tiene su mente puesta en su destino, y yo en el mío.
Imagino que debe ser una gran cocinera. Todas las mujeres europeas lo son. ¿Con qué platos podrá deleitarme? ¿Sabrá preparar caracoles a la francesa? ¿pastel de carne con hierbas? Sus manos la obedecen, siempre han estado una encima de la otra, otro rasgo de su bondad y belleza. Por eso no come, su paladar debe ser muy delicado. Todavía no conoce la rudeza de la comida americana.
Tiene un excelente porte. Lo suficientemente bueno como para parir unos cuantos niños. Cuando vuelva a establecerme necesitaré formar una familia. Ella es joven, huérfana, aceptará con alegría la maternidad. Quiero una familia numerosa, un patio lleno de niños, eso sanará todas sus heridas. Después de todo, no soy un mal partido. En la mediana edad, con los suficientes recursos como para empezar una próspera hacienda. Ella habrá de amarme, seré su salvador. Me rendirá su amor por siempre.
He pensado en su nombre. Tiene que ser María. Su suave talante lo dice.
Van 6 días de viaje. Acabamos de dejar Salta y nos estamos internando en la selva. Ya no hay horizonte, todo parece volcarse sobre nosotros. El calor es más húmedo y penetrante. María sigue igual, pero creo que ya he podido atravesar su caparazón. Esto habla de su gran voluntad, de su sentido del honor y del respeto. Esta niña es ya una dama. La manera cómo se ha comportado en el viaje, su silencio pudoroso, la hacen más admirable a mis ojos. Una mujer como debe ser. En un momento intenté sentarme a su lado. Su reacción fue instantánea, de inquietud e incomodidad, me dejó saber muy bien que mi actitud no era correcta. Eso me gusta de ella, su determinación, el dominio de su voluntad, su tan insondable feminidad y dulzura.
La imagino esperándome por las tardes con té y flores frescas. Nuestros niños prolijamente sentados bajo la pérgola, su bordado a medio terminar, el perfume a pan recién horneado. Ella es perfecta, y será mía. Pediré su mano, no debemos esperar mucho. Ubicaré al hombre responsable de velar por su integridad y arreglaremos las cosas. Ya estoy saboreando su piel virgen y gozosa.
Nos hemos vuelto a detener. Aquí no hay postas. Sólo un sigilo sordo y mudo entre los árboles. Esto es un desmán. ¿Qué está pasando? Tengo fuertes dolores en mi costado. No veo a María. ¿Dónde está mi amada? Su vestido hecho jirones está en el piso del coche, sus guantes, del revés, cubiertos de sangre sobre el asiento. Ella corre peligro, tan delicada y frágil. ¡No se atreverán! Me arrastro hacia fuera. El cochero yace muerto al costado del camino.
Un jinete montando en pelo gira en círculos a mi alrededor, semioculto entre los coihues y los talas. Es veloz y sigiloso. Creo que se trata de un salvaje, su torso está desnudo. Me acecha. Siento cómo husmea mi discernimiento. Está muy cerca, siento su respiración rítmica y profunda, rastreando. Se recorta contra el cielo su figura inquietante, erizada, altiva, en tensión. Vuelve a girar en su animal. Estoy seguro que indaga el precipicio de mis ojos. El sosiego es ahora desmedido. La selva se ahoga en reticencias.
Mi delicada niña ¿dónde está? ¿Bajo que garras te ha dejado caer mi impericia? Grito tu nombre. María. Si, ése debe ser su nombre, tiene que ser su nombre.
Estamos solos. Finalmente puedo rozar su espléndida mirada. La piel aceituna envuelve al caballo sin pudores, cargando el cofre y las armas. Sus hermosos pechos se alejan al galope.
María, María, María.
Me queda el silencio.
Laura Soto - Cipo, junio 2007
jueves, julio 12, 2007
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