Yo, de niño, temía que el espejo
me mostrara otra cara o una ciega
máscara impersonal que ocultaría
algo sin duda atroz. Temía asimismo
que el silencioso tiempo del espejo
se desviara del curso cotidiano
de las horas del hombre y hospedara
en su vago empuje
seres y utensilios femeninos
a nadie a quien perdonar, como un tesoro
yo temo este desplazar de hilos que sujetan
el ver la mínima expresión de una idea
lastimada, sin posibilidad ni fortaleza
el que Dios ve y abre camino